APRENDER A ESCUCHAR
Jesús, para curar al sordomudo utiliza la pedagogía de los sacramentos: Lo aparta, lo toca, reza por él y le habla. Cuánta falta hace que hoy se repita el milagro, que se abran nuestros oídos y escuchemos las inspiraciones del Espíritu Santo. Nuestra presencia en la sociedad debe ser transformadora o no es presencia. Si nuestro mundo va mal es porque todavía hay muchos cristianos que se niegan a ver, a oír, a hablar. Hermanas y hermanos:
1. El sordomudo es un hombre aislado, encerrado en su soledad; necesita un hermano que lo comprenda y lo ayude a abrirse a la realidad de la vida y a la relación con los demás. Jesús es ese hermano. Sólo Cristo puede curarnos de nuestras miserias, darnos la luz para caminar por los senderos rectos. "Tú me has llamado -debemos decir con San Agustín,- he gritado y has vencido mi sordera. Tú has brillado y has disipado mi ceguera. Me has tocado y he comenzado a desear tu paz". ¿Qué signos realizamos nosotros para que se note que el Reino de Dios está llegando? ¡Somos sacramento de Dios para nuestros hermanos! Repitamos los mismos gestos de Jesús como la atención a los enfermos y a los marginados. Las obras de misericordia son signos del Reino de Dios.
2. Cada día ocurren nuevos milagros a nuestro alrededor. Son signos sensibles de la presencia del Mesías. ¡Y nosotros somos testigos! A través de los signos sacramentales se nos manifiestan los milagros interiores: luz de conversión que ilumina al hombre para que pueda vivir centrado en la muerte y resurrección de Cristo, y para quien la existencia humana adquiere un sentido nuevo.
3. De la abundancia del corazón habla la boca. Un proverbio árabe dice: "Abre la boca sólo si estás seguro de que lo que vas a decir es más bello que el silencio". Por eso si hablar a Dios es algo grandioso, lo es más escucharlo cuando nos habla en medio del silencio impregnado de amor. Las palabras son los medios de comunicación de nuestra intimidad con los demás; no podemos comunicar una intimidad mezquina o raquítica, sino rica y enriquecedora que lleve al bien y entusiasme para la acción. San Pablo, en la carta a los romanos, nos revela el proceso que sigue la transmisión de la fe.
La fe entra por el oído, es decir, como consecuencia de la predicación del evangelio. Nuestra pobre palabra de hombres, en la medida que es portadora de la Palabra de Dios, es "viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo". Vivamos lo que leemos en la Sagrada Escritura coherentemente.
Padre Roberto Mena ST
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